Un delicioso
aroma penetró por su pituitaria despertando su emborronado cerebro. Sandra
intentó abrir los ojos pero los parpados le pesaban más de lo que ella
esperaba. Oscuridad era todo lo que
sentía a su alrededor. Oscuridad y ese aroma tan delicioso del solomillo a la
pimienta. También percibía ruidos. El correr del agua de un grifo que se abría
para luego cerrarse, el sonido del cristal de lo que podían ser sus copas de
vino, el tintineo de los cubiertos depositados sobre la mesa de la cocina y los
pasos de alguien que, sin prisa, deambulaba por su cocina. Volvió a intentarlo
sin éxito. Los parpados parecían dos losas sobre sus ojos. Movió ligeramente su
cuello y recibió como respuesta un punzante dolor en la parte trasera de su
cabeza. Accionó los mecanismos para acercar su mano a la zona dolorida para
aplacar ese malestar y descubrió que sus brazos permanecían atados a su espalda,
sujetos con firmeza por las muñecas. Tampoco pudo mover las piernas. Sus
tobillos también estaban inmovilizados. ¿Qué había ocurrido? Solo tenía la
certeza de que se encontraba sentada en la cocina de su casa y de que alguien
estaba preparando su comida favorita. Abrió los ojos.
-Bienvenida
–le dijo el hombre que estaba frente a ella- te debe doler un poco la cabeza.
Lo siento no quería golpearte tan fuerte.
Sandra
intentó hablar y tampoco lo consiguió solo consiguió dejar escapar unos
desagradables sonidos guturales que le martillearon además la dolorida cabeza.
Estaba amordazada.
-Tranquilízate
–le dijo su acompañante- es lo mejor que puedes hacer.
¡¡¡¿Que me tranquilice?!!! -Pensó
Sandra- pero que se había creído este
imbécil. Atada, amordazada, con un dolor de cabeza del quince y seguro que un
tremendo chichón en su cabeza. Y este hombre, ¿Quién era este hombre?.
Forcejeó unos minutos intentando gritar y zafarse de sus ataduras. Sólo
consiguió agotarse y sudar. Ah y que le dolieran también las muñecas y los
tobillos.
Respiro
profundamente unas cuantas veces y parpadeó con fuerza para enfocar bien el
rostro que tenía frente a ella. Vaya, si era Paco. Pero estaba distinto, ahora
lucía un cabello claro y despeinado y unas gafas que agrandaban un poco sus
ojos oscuros. La verdad es que se veía
atractivo -pensó Sandra.
-Bien, veo
que pareces más tranquila. Si prometes portarte bien te quito la mordaza de la
boca.
Sandra movió
su cabeza afirmativamente.
-Creo que
puedo fiarme de ti.
Volvió a
mover la cabeza en señal de asentimiento consiguiendo que un mechón de su
cabello se soltara del recogido y cayera sobre su rostro. Paco le apresó el
mechón en la horquilla que lo había estado sujetando y de un tirón le quitó la
cinta aislante que tapaba sus labios.
-¡¡¡¡Ah!!!!!
–gritó Sandra con todas sus fuerzas- ¡¡cabrón eres un cabrón!!. Me has hecho
daño –continuó alzando la voz cada vez más-. Como te atreves a tratarme así, no
se lo que pretendes. Suéltame. ¡¡¡¡Socorro!!!!
Paco se volvió
a sentar frente a aquella preciosa mujer que le quitaba el hipo y se encendió
un cigarrillo sin dejar de mirarla fijamente, directamente a aquellos ojos
verdes que le tenían hipnotizado. También se atrevió a mirar aquellos pechos
turgentes que no dejaban de bailar arriba y abajo dirigidos por la agitada
respiración de la mujer. Sacudió la cabeza mientras exhalaba el humo del
cigarrillo.
-Deja ya de
gritar Sandra, sabes que nadie te puede escuchar. Tu misma elegiste este
solitario barrio para poder llevar a cabo tus planes sin que nadie te
molestara. Saber que no tienes vecinos. Solo conseguirás estropear esa bonita
voz.
El
apartamento se encontraba en la zona de crecimiento urbano de la ciudad. Un
edificio aislado en un barrio en el que todavía no había muchos bloques de
viviendas construidos. En este edificio ella y el vecino del primero eran los
únicos que ya vivían allí. Y el vecino del primero estaba de vacaciones durante
tres semanas. Estaban solos en el bloque de apartamentos. Perfecto.
Mientras se
consumía el cigarrillo, también se agotaban las fuerzas de Sandra y finalmente
quedó sumida en un sollozo que a Paco le produjo lástima.
-Debes de
tener hambre. He preparado la cena. Esa carne que querías cocinar para mi con
salsa a la pimienta, creo que te gusta mucho. Tu filete te lo he dejado al
punto. Es como lo acostumbras a comer, ¿verdad?
Los ojos
desmesuradamente abiertos de Sandra dejaban clara su perplejidad. No entendía
lo que estaba ocurriendo. No podía imaginar como Paco sabía tantas cosas sobre
ella.
Sin esperar
respuesta sirvió los solomillos y decoró los platos con la salsa y unas
patatitas cocidas y aromatizadas con estragón. Parecía ser un gran cocinero.
Depositó el plato frente a la desconcertada Sandra.
-No te
preocupes, yo te ayudo a comer –le aclaró Paco- ya imaginarás que no tengo
previsto desatarte por el momento. Le enjugó las lágrimas de sus mejillas con
la punta de la servilleta y se dispuso a alimentarla.
Sandra no
podía articular palabra. No dejaba de mirar como aquel hombre cortaba los
pedazos de carne cocinada al punto, del tamaño perfecto para que entrasen en su
boca menuda y delicada y para ser masticados sin esfuerzo alguno. Con extrema
delicadeza aproximaba el tenedor a su boca y lo mantenía con pulso firme
mientras ella, como una autómata se acercaba para capturar el pedazo entre sus
dientes y el roce de sus labios.
-Me he
permitido buscar entre los vinos de tu bodega y he elegido este “Flor de
Clotàs”, es uno de mis favoritos y acompaña muy bien a estas carnes tan
jugosas.
Mientras se
deleitaba con el sabor exquisito del solomillo Sandra no podía reaccionar. Su
mente estaba como adormecida o más bien abducida por aquel hombre. La tenía
atada, inmovilizada y le estaba dando de comer con una delicadeza sorprendente,
la estaba mimando y tratando con sumo cariño. No entendía nada. Y entendía
menos su sumisión, incluso sentía que la situación le estaba resultando
excitante. Si, se estaba excitando. Su respiración se agitaba cada vez que
envolvía el pedazo de carne con sus labios sin dejar de mirar a los ojos de su
captor. Paco también daba claras muestras de que la situación le resultaba muy
agradable, tremendamente agradable. Sus ojos brillaban tras los cristales de
las gafas y cuando daba su bocado a su porción de solomillo cerraba los ojos
para degustarlo. Cuando Paco le ofreció la copa para beber un poco del vino
tardaron unos segundos en realizar el acople perfecto labios, copa para que
ella lo pudiera ingerir sin que se desperdiciara una sola gota. Pero en el
último momento la mano de Paco tembló ligeramente dejando escapar una gota
color cereza madura, que se deslizaba por la comisura del labio de Sandra
buscando el camino más directo hacia su cuello. Un escalofrió recorrió la
espina dorsal de la joven al tiempo que el secreto que Paco guardaba junto a su
bolsillo se endurecía un poco más y temblaba ligeramente.
-Perdona
Sandra –se disculpó Paco- soy un poco torpe. Si me permites
Con el pulgar
de su mano derecha fue al encuentro de la gota que ya bajaba por el cuello,
dirección al espacio que quedaba escondido entre los dos pechos de aquella
excitante mujer. Con mucha lentitud tomó contacto con el líquido rojo y
tentador acompañándole en el recorrido de regreso hasta su boca. Sandra no lo
pudo controlar. Cuando se dio cuenta había separado ligeramente sus labios y se
encontraba chupando el pulgar de su captor sintiendo ese sabor especial de su
vino favorito mezclado con el sabor de la piel de aquel hombre. Paco cerró los
ojos y suspiro.
-No he
preparado nada de postre –dijo Paco apartando su dedo de la boca de su presa-
no tenías nada para poder improvisar un postre apetecible. Creo que podemos
beber un poco más de vino mientras charlamos.
La cabeza de
Sandra se movió afirmativamente de una forma mecánica.
-Bueno,
Sandra, cuéntame que es lo que
pretendías invitándome a cenar en tu casa. Soy un perfecto desconocido
para ti. O tal vez no tanto –matizó Paco con una sonrisa ladeada que le quedó
de lo más dura-. Por cierto, mientras estabas en tu plácido sueño no has dejado
de recibir mensajes de whastapp en tu móvil. Tal vez te gustaría que los
leyésemos juntos.
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